Siempre me pregunté por qué las montañas y las soledades que las rodean ejercen tanta influencia en las personas. Desde revelaciones internas hasta revisión y comprensión de actos propios y ajenos. Se sabe desde siempre, uno vuelve renovado de una escapada a las montañas. Pero por qué , que hay detrás de esto?
Si miramos hacia atrás, hacia ese mundo andino que terminó siendo destruido por la búsqueda de oro y las ansias de acumulación perpetua de los españoles, tal vez esté la respuesta.
Los incas, como bien explica Christian Vitry en su artículo Los espacios rituales en las montañas donde los inkas practicaron sacrificios humanos, no eran indiferentes a la naturaleza. Su relación con las montañas era entrañable, porque las reconocían como dioses o apus. El agua como fuente de vida procedía de ellas. Reconocían su entrega y tributaban a ella en agradecimiento. Realizar un sacrificio humano no se trataba de una muerte en vano. Para ellos, la personas ofrecidas como tributo simplemente realizaban un viaje para volver con sus antepasados.
Si en las montañas residían los dioses, ningún inca podía transitar displicentemente por ellas. Desde las lejanías de los montes y paisajes, los incas guardarían momentos para la reflexión de su relación con el cosmos y las estrellas. Sentarse junto a un arroyo sobre una roca y beber de su agua, era integrarse a la montaña.
Yo creo que los apus están en las alturas esperándonos. Ya hemos ignorado mucho los llamados de la tierra. Es el momento de apagar los celulares y de mirarnos hacia adentro. Y si las montañas están tan cerca del cielo y las lluvias, reconocer sus bondades es también un guiño hacia el apu que la guarda. Y quien sabe, tal vez el apu se apiade de nosotros y nos de alguna respuesta en agradecimiento por la visita.
Diego Díaz
100 ASA + Bulbo (segunda parte)
en la búsqueda de químeras, y algo más...
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Río de mi tierra
Que recuerdos guardarán las piedras, de tu roce terrenal.
Anhelarás en tu camino cuanta vida resta otorgar.
Río de mi tierra, sé que tu transitar no es solo dar.
Para esa ave madre que anida a tus orillas,
no alcanzan sus cantos de ocaso para reconocer tu bondad.
Cuantos respuestas diste a mis silencios,
que a nadie animé a preguntar.
Aquel árbol costero que con sus raíces abrazas,
tal vez nunca comprenderá por qué te vas.
Vi llorar a tu amigo el biguá.
Y con sus gritos clamar esta triste verdad, que te nos vas.
En tu llegada al mar, alguien reconocerá bajo las sombras de un sauce,
por qué muchos silencios ya no sé guadarán.
Diego Díaz,
Octubre, 2014.
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Contraalmirante Cordero
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Epifanías
Dice el paisano que a la vuelta de ese monte las estrellan brillan más.
Será su sangre india que se transmuta en palabras.
Por ahí anda el indio, a la vera de un camino,
curtido del frío y viento patagónico contemplando.
Por ahí anda el indio, sin palabras de poeta para expresar
porque sus ojos se vuelven hacia los astros.
Aquellas nubes lejanas, tempestades, lluvias y temibles vientos
que se anuncian en el horizonte,
tienen su significado innato, su lenguaje propio de nuestra tierra,
donde nuestras palabras no encuentran significados.
O acaso se puede describir con palabras,
las epifanías que nacen de la contemplación de las lejanías,
de aquel pehuén que crece entre las rocas, en la cima de un cerro
y resiste estoico en soledad las tormentas del invierno.
Será que en la revelación que nace al reconocer aquella soledad
que rodea aquel pehuén lejano en el monte, esté el verdadero sosiego.
En la mirada profunda de la fiera salvaje agazapada a punto de perecer,
donde las especies se vuelven una,
cuando notamos en la oscuridad de sus ojos los gritos sordos de clemencia.
Es al reconocer estos mensajes del alma cuando aprehendemos que somos hermanos de cada ser.
Es la misma mirada del indio que defiende su tierra,
la que se confunde con la del puma que cela por sus crías,
o el coirón arraigado a su montaña,
con las rocas que guardan el arroyo.
Es por esto que el indio no necesita palabras de poeta, o para ser poeta se necesitan palabras?
Será su sangre india que se transmuta en palabras.
Por ahí anda el indio, a la vera de un camino,
curtido del frío y viento patagónico contemplando.
Por ahí anda el indio, sin palabras de poeta para expresar
porque sus ojos se vuelven hacia los astros.
Aquellas nubes lejanas, tempestades, lluvias y temibles vientos
que se anuncian en el horizonte,
tienen su significado innato, su lenguaje propio de nuestra tierra,
donde nuestras palabras no encuentran significados.
O acaso se puede describir con palabras,
las epifanías que nacen de la contemplación de las lejanías,
de aquel pehuén que crece entre las rocas, en la cima de un cerro
y resiste estoico en soledad las tormentas del invierno.
Será que en la revelación que nace al reconocer aquella soledad
que rodea aquel pehuén lejano en el monte, esté el verdadero sosiego.
En la mirada profunda de la fiera salvaje agazapada a punto de perecer,
donde las especies se vuelven una,
cuando notamos en la oscuridad de sus ojos los gritos sordos de clemencia.
Es al reconocer estos mensajes del alma cuando aprehendemos que somos hermanos de cada ser.
Es la misma mirada del indio que defiende su tierra,
la que se confunde con la del puma que cela por sus crías,
o el coirón arraigado a su montaña,
con las rocas que guardan el arroyo.
Es por esto que el indio no necesita palabras de poeta, o para ser poeta se necesitan palabras?
lunes, 3 de marzo de 2014
Testigos milenarios del alba
Hotel Pire Rayen, abandono y tiempo
Lejanías
sábado, 18 de enero de 2014
sábado, 11 de enero de 2014
Abra
Promesa
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